lunes, 19 de noviembre de 2007

Solicitaciones cotidianas en la arquitectura, firma de proyectos, un cisma en el comportamiento ético.

Martes, 15:23, la secretaria me avisa la llegada de Cristóbal, un alumno de los buenos, 4° año, ramos al día, concienzudo y trabajador. 15:32, lo veo de espalda, se aleja apesadumbrado, no había conseguido lo que buscaba, pero a mi, me deja pensando, “necesitaba una firma”, un amigo de su padre le había pedido una ampliación, y como era de esperarse, sólo le faltaba, como ya se dijo, la firma de un arquitecto. Lamentablemente no es primera vez que me lo piden, y podría apostar que no será la última. Este tipo de solicitudes es innecesariamente común en la praxis de la arquitectura, tanto en su inicio, como el buen alumno Cristóbal, como entre otros vetustos próceres de la profesión, marcada por lo municipal, que podríamos abordar en otro capítulo.
Hacerse cargo de un proyecto de terceros es una falta a la ética, clara, antigua e inapelable. Incluida en el código de ética del Colegio de Arquitectos A.G., “Firmar planos o documentos o patrocinarlos sin que hayan sido ejecutados o visados por quien los firma o patrocina.”[1]. Como vemos, esto es parte de las normas que rigen nuestra labor, desde hace ya demasiados años, no obstante, esto no es más que letra muerta, ya se mencionó, ésta, es una práctica cotidiana.
Muchos podrían preguntarse, bueno, y ¿Dónde está todo el problema?, si es asunto de revisar acuciosamente todo lo presentado, asegurarse que todo está dentro de los márgenes de la ley imperante. Como primera respuesta, aparece la Ley de Calidad de la Construcción, recientemente modificada y aprobada en el Congreso, donde se exige la responsabilidad legal por 10 años luego de terminadas las obras donde la responsabilidad del arquitecto patrocinante está por sobre la de inmobiliarias, constructores, y contratistas, en este marco, nuestro quehacer, se verá marcado por una mayor responsabilidad, haciendo necesario incluso tomar salvaguardas, seguros como ocurre diariamente en otros países. Si tomamos lo anterior como base, es claro que en estas circunstancias la posibilidad de visar, revisar, comprender y controlar un proyecto de terceros, tiende dramáticamente a cero, plazos costos y demases impiden esta meticulosa revisión, sin la cual cumplir la ley, sería una apuesta en tribunales.
Dos aristas iniciales de análisis, nuestras posturas, polarmente opuestas, así como nuestras esperadas participaciones frente a la “propuesta indecente”.
Él, buscando, espero, una ayuda para su incipiente desarrollo profesional, presionado y mal aconsejado, por este conocido que trata de reducir sus costes. En este punto se trastoca otro punto del mentado código de ética, “Fijar retribuciones inferiores a la importancia y responsabilidad de los servicios que puedan prestarle otros arquitectos colaboradores a sus órdenes, aprovechando de la condición de contratante o de la necesidad laboral de los colaboradores.”[2], porque claro, conseguir que un alumno genere el proyecto y este se “consiga la firma”, es mucho más económico que contratar directamente a un arquitecto en ejercicio.
Y yo, siendo requerido para hacerme cargo de un proyecto del que es imposible saber la realidad, menos podría arreglar o solucionar si llegase a ser necesario, pero que tendría que patrocinar hasta por 10 años más. Donde mi calidad de docente me obliga a, de alguna manera, traspasar conocimiento al respecto, e intentar corregir una conducta moral, por iluso que parezca.
¿Dónde radica el cuestionamiento ético de la decisión?, ¿En qué coordenadas se funda esta escisión en las posiciones frente a la labor profesional o pre profesional?, ¿Qué hace, que escuchar este tipo de propuestas, sea tan cotidiano por estos días?, ¿Cómo cambiar la postura moral del educando? Creo estar completamente seguro que este tipo de solicitaciones no llegan a oídos de doctores en medicina, antropólogos o siquiatras por nombrar algunos. Queda planteada así, la base de esta dicotomía ética, la que intentaré fundamentar sobre la base de “Los seis estadios del juicio moral” planteados por Lawrence Kohlberg desde los estudios de John Dewey y Jean Piaget. Y brevemente desde lo expresado por el imperativo categórico de Kant y el modelo de máximos de Aristóteles.
Iniciaré el análisis desde estas últimas dos perspectivas, y de modo sucinto para plantear una extraña incongruencia. Según el imperativo, “Una acción personal es moralmente recta si y sólo si al ejecutarla no utiliza a los demás, meramente como medios para promover sus propios intereses…”. Es de Perogrullo que en esta situación, mi calidad de profesional estaría siendo usada para el beneficio personal del, ahora puesto en tela de juicio, Cristóbal. Es tal lo insulso de la situación, que estaría siendo usado para avalar una acción amoral, que incluso podría traer consecuencias judiciales graves hacia mi persona, por un incipiente anteproyecto de arquitecto que supone, mi inocencia es ilimitada. Y una breve mal interpretación creo, puede que por su inmadurez confunde la busca de felicidad aristotélica, mezcla y justifica sus medios mediante su fin, pensando en la alegría que le produciría proyectar siendo estudiante, por lo tanto, mi pretendida falta ética lo acercaría a su felicidad, y este mismo concepto inversamente aplicado, esta misma firma me alejaría de la mía.
La incongruencia esgrimida radica en que al ser utilizado para los intereses, tanto del educando, como de su “mandante”, yo estaría en pleno conocimiento del hecho, incluso lo estaría justificando y permitiendo plenamente conciente, por lo mismo, mi actuar no sólo estaría reñido con la ética, sino, que rozaría la estupidez.
Al ser utilizado de esta manera, logaría en una sola apuesta, generar dos males asociados, por un lado, ante los ojos de este supuesto mandante, la labor de un profesional de la arquitectura no sería necesaria, toda vez que, con sólo encontrar un estudiante de años avanzados, y tan sólo la rubrica de un profesional estaría logrado su objetivo inicial. Por otro lado, estaría desvalorando la labor general de los arquitectos, puesto que, al minuto de las comparaciones, este mismo mandante recomendaría esta opción, más económica, por sobre una labor bien realizada, con esto, futuros arquitectos, incluso el mismo Cristóbal, se verán en más de un problema al tratar de establecer sus honorarios profesionales.
En este punto la labor docente toma posesión, es menester hacer ver, que esto finalmente lo que hará es perjudicarlo, como vimos, esto desperfila la propia fajina que busca realizar profesionalmente. Para dejarle en claro al educando su falta, la lección es tripartita. Primero la Ley General de Urbanismo y Construcción, como marco mayor, luego el Código de Ética del Colegio, como ente de pertenencia, para finalmente aborda su situación final a futuro y el desprestigio asociado.
La segunda arista en cuestión, tiene que ver con los estadios en que mi alumno y yo nos encontramos. Claramente recorremos etapas diferentes, en lo que a la evolución de nuestra conciencia moral se refiere.
Iniciemos con el vapuleado Cristóbal, su tren de pensamiento lo lleva a suponer que satisfacer su necesidad es imperativo, por esto su decisión moral respecto de lo planteado, caería dentro del estadio 2 del nivel preconvencional, “La acción justa dice relación a aquella que instrumentalmente satisface las necesidades de uno y a veces la de otros.”[3]. En este caso, la conciencia moral del referido, no le permite entender los ribetes amorales de lo que pide hacer, para él, el objetivo único, es satisfacer su necesidad de llevar a cabo la labor encargada por este conocido. Debido a este mismo estadio, es que no logra entender mi lealtad hacia los preceptos establecidos por la orden de los profesionales de la arquitectura. Desde su juicio, “yo te rasco si tu me rascas”, se aplica justificado por lo económico. Parte del planteamiento se basa en que “yo no tengo que hacer nada, sólo mover la pluma y estampar mi mosca” en sus láminas de proyecto. Si alguien logra explicar como se educa prestándose para esto, por favor, publíquelo. Al no existir por su parte, una conciencia real de valores normativos grupales, le es imposible entender mi postura, desde su fuero, mi decisión es inexplicable, toda vez que, aún le falta recorrer, pasar al siguiente estadio, para recién siquiera preguntárselo, recién ahí podrá evaluar su conciencia moral.
Veamos ahora la contraparte, mi postura y sus fundamentos, debido a mi sentido de pertenencia con el mentado colegio, estando activo y siendo participante, hago carne sus lineamientos, y si bien puede haber más de una premisa que me parece incorrecta, debido a lo anterior no me queda más que plegarme, toda vez que existe, para verbalizarlo, “un bien superior”. En esto, podría suponer que mi decisión se basa en el estadio 3 del nivel convencional, “Respetar las expectativas de la familia del grupo o de la nación es un valor en sí mismo, sin tomar en cuenta las consecuencias inmediatas y evidentes.”[4] , tan arraigado está esto último en mi conciencia moral, que ni siquiera fue necesario tomar la decisión, ésta, ha estado tomada desde hace ya un tiempo largo, y por más que escuche argumentos diferentes, poco o nada podrán hacer por cambiar esta convicción. Se podría decir además, que me incluyo en esta postura debido a que mi actuar debe estar de acuerdo con la orden adscrita, debido a que mi vinculación con esta fue libre y meditada, ahondando en esto, mi actuar, habla de mi identificación con las normativas grupales impuestas, que, como ya se dijo, fueron aceptadas el preciso minuto en que llevé a cabo mi enrolamiento, en breve, intento actuar de acuerdo al grupo. Un pequeño paréntesis de similitud entre nuestras posturas, tal vez, él también actúa según lo que le dicta su grupo, su sentido de pertenencia lo insita a tomar propuestas como la descrita, claro que no por esto, su decisión se fundamenta en el 3er estadio, me parece sólo una estirada consecuencia, cierre de paréntesis.
Finalmente, mi necesidad de acuerdo con el grupo al que pertenezco, al menos en lo que a la labor profesional respecta, implica la adopción y seguimiento de las normas establecidas, no como una imposición, sino más bien, una concomitancia con valores y regulaciones que, desde mi perspectiva, son necesarios para el correcto desenvolvimiento en la labor que realizo. Lo que debería intentar es que este y los demás alumno entiendan que su actuar debe estar de acuerdo con las normas del colegio, estas, al final, lo que buscan es que nuestro quehacer sea regulado y de este modo pueda realizarse de la mejor manera posible, labor que aún parece una quimera, dada lo reiterada de esta propuesta, pareciera que somos pocos los que así operamos.
Para concluir, creo que es claro que nuestras irreconciliables posturas se basan en nuestra relación con la labor que realizamos. Por una parte, él, cándido, busca incursionar en el mundo profesional que le parece tan lejano, y para esto busca la firma, cuando lo que debiese perseguir es, que frente a una oferta como esta, él buscara desde el inicio a un profesional para que lo guíe de buena manera por la tarea a realizar, a esto yo habría accedido gustoso, incluso, por un afán académico, instruir mediante el trabajo es una posibilidad de crecimiento única. Por otra, la fudamentación de mi actuar, se cimienta en mi pertenencia al grupo, sus normas que para mi se aplican sin excepciones son absolutamente necesarias para, como ya se dijo, el correcto desempeño del ejercicio.
En otro cierre al asunto, un meta aprendizaje, la posibilidad de circunscribir conductas en los diferentes estadios, permite primero, establecer marcos objetivos de comparación, luego generar juicios menos viscerales, y así, utilizar esto como basamento para permitir el traspaso de la lección. Estadios que permiten tipificaciones sobre parámetros cuantificables, amplios pero profundos, que facilitan la empatía, “no es su culpa, está en proceso de evolucionar, sólo le faltan peldaños por trasponer”, de aquí que la reacción frente a esto pueda ser la instrucción.
Sólo queda intentar irradiar a todo mundo posible los problemas que conlleva este tipo de actuares, que por obtener un trabajo antes de tiempo se está minando la posibilidad de un correcto desempeño posterior, y que, si arquitectos somos, a nuestra orden nos debemos.




[1] Incluida específicamente en la carta de ética profesional de los arquitectos. Título 2 – letra a)
[2] Carta de Ética Profesional de los Arquitectos. Título 6 – letra e)
[3] Los seis estadios del juicio moral,
[4] Los seis estadios del juicio moral,

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